
Ya está, la etapa culé de Ronadinho ya se ha cerrado -este seguro que no vuelve como entrenador- y no puedo resistir la tentación de hacer mi valoración de su paso por el Barça.
En primer lugar, teniendo en cuenta lo selectivo de la memoria, estoy convencido que Ronnie ha entrado ya en el elenco de nombres legendarios de la historia culé, al nivel de los Samitier, Kubala o Cruyff. Y es justo que así sea, ya que el Gaucho está directamente vinculado a dos hitos claves en la historia del club: por una parte como responsable máximo -casi absoluto, ayudado por Davids- de la resurrección del equipo en su primera temporada, y por otra como principal abanderado del equipo campeón de la segunda Champions.
Si bien lo anterior puede ser relativizado, dado que en la historia del club ha habido -y habrá- muchos otros cracks, con un historial similar o incluso superior -esperemos-, el mérito de Ronaldinho ha sido conseguirlo rescatando al socio y seguidor de la más absoluta frustración. Hay que recordar que el equipo que lo acogió venía de clasificarse casi milagrosamente para la UEFA -época Antic-, en una situación de crisis institucional absoluta -tras la nefasta época de Gaspart, rematada por Reyna- y con el máximo rival paseándose y sumando Copas de Europa con sus galácticos. Y consiguió, con su saludo surfero y su permanente sonrisa -¿cierta o forzada por su estructura bucodental?- devolver la esperanza al club, convirtiéndose en el icono del famoso cículo virtuoso.
Pero no fue solo su imagen -en eso Beckham se nos antojaba por aquellos entonces infinitamente más glamuroso-, no. Ronaldinho tomó el mando del equipo desde la primera noche en el Camp Nou (memorable golazo en el partido de madrugada y gazpacho)
En primer lugar, teniendo en cuenta lo selectivo de la memoria, estoy convencido que Ronnie ha entrado ya en el elenco de nombres legendarios de la historia culé, al nivel de los Samitier, Kubala o Cruyff. Y es justo que así sea, ya que el Gaucho está directamente vinculado a dos hitos claves en la historia del club: por una parte como responsable máximo -casi absoluto, ayudado por Davids- de la resurrección del equipo en su primera temporada, y por otra como principal abanderado del equipo campeón de la segunda Champions.
Si bien lo anterior puede ser relativizado, dado que en la historia del club ha habido -y habrá- muchos otros cracks, con un historial similar o incluso superior -esperemos-, el mérito de Ronaldinho ha sido conseguirlo rescatando al socio y seguidor de la más absoluta frustración. Hay que recordar que el equipo que lo acogió venía de clasificarse casi milagrosamente para la UEFA -época Antic-, en una situación de crisis institucional absoluta -tras la nefasta época de Gaspart, rematada por Reyna- y con el máximo rival paseándose y sumando Copas de Europa con sus galácticos. Y consiguió, con su saludo surfero y su permanente sonrisa -¿cierta o forzada por su estructura bucodental?- devolver la esperanza al club, convirtiéndose en el icono del famoso cículo virtuoso.
Pero no fue solo su imagen -en eso Beckham se nos antojaba por aquellos entonces infinitamente más glamuroso-, no. Ronaldinho tomó el mando del equipo desde la primera noche en el Camp Nou (memorable golazo en el partido de madrugada y gazpacho)
y lo arrastró en una memorable segunda vuelta hasta luchar por el título, superar al Madrid y contribuir a entregar la Liga al Valencia venciendo en el Bernabeu y consumando el fin de los galácticos. Ello devolvió la esperanza al ciclotímico seguidor culé y, con unos acertados fichajes (Deco y Eto´o principalmente), fue el eje sobre el que se construyó el equipo que dominó la liga española durante dos años de forma incontestable, conquistó la Champions y enamoró al mundo entero con una concepción futbolística (el jogo bonito) que se asemejó a la del mítico Dream Team.
Y Ronaldinho, se quiera o no, fue el actor principal de dichos triunfos. Es indiscutible que todo hubiese sido imposible sin unos secundarios -no se si es justo llamarlos así- como los que se conjuraron a su alrededor para establecer un nuevo orden futbolístico en Europa. Pero Ronaldinho fue, sin discusión, la imagen del equipo, del club, del futbol. Su sonrisa cautivó a propios y extraños, la magia de su futbol entusiasmó sin discusión -basta recordar a la hinchada merengue aplaudiendo el día del 0-3-, su imagen desenfadada simbolizó unos valores ideales para numerosas marcas de publicidad. En fin, por todo lo que nos dio en esos tres años, Ronaldinho entra en el olimpo de las estrellas azulgranas y, de hecho, en el de los ídolos del fútbol mundial -Balón de oro y FIFA World Player mediante-.
Pese a que la nostalgia de aquellos tiempos -aun tan recientes- nos invade, debemos evaluar con dureza la trayectoria posterior. Tras tres años esplendorosos -aunque a mediados de la tercera temporada ya se vislumbraban algunos síntomas de lo que vendría-, llegó el desplome, del jugador y de la persona. Muchas causas se han señalado como desencadenantes de la decadencia del crack. Da igual. La realidad es que el Ronaldinho de los dos últimos años ha sido una sombra del que fue, en una espiral descendente, solo amortiguada por la esperanza -siempre truncada- de la afición en recuperar su esplendor, muchas veces maquillada con goles fantásticos a balón parado. Pero no. En el futbol profesional actual la preparación física es imprescindible. Y solo a igualdad de la misma el talento desequilibra. Este le sobra a Ronaldinho, no hay duda. Y voluntad sobre el cesped de demostrarlo, también. Durante toda esta última temporada he visto al jugador con ganas de intentarlo. Sinceramente creo que él ha sufrido. Pero no basta con querer. Hace falta poder hacerlo y, para ello, es necesario un nivel de forma física que se perdió entre fiestas y sesiones de gimnasio... Tristemente la imagen de Ronaldinho languideció y, en los últimos tiempos, con las últimas esperanzas de títulos en juego, ni siquiera se le echó en falta. Triste final para una trayectoria que tanto prometió y que nos dió más de lo que nos llegamos a imaginar. Y llegó la hora del adiós del Gaucho, necesario para todos.
Pese a que la nostalgia de aquellos tiempos -aun tan recientes- nos invade, debemos evaluar con dureza la trayectoria posterior. Tras tres años esplendorosos -aunque a mediados de la tercera temporada ya se vislumbraban algunos síntomas de lo que vendría-, llegó el desplome, del jugador y de la persona. Muchas causas se han señalado como desencadenantes de la decadencia del crack. Da igual. La realidad es que el Ronaldinho de los dos últimos años ha sido una sombra del que fue, en una espiral descendente, solo amortiguada por la esperanza -siempre truncada- de la afición en recuperar su esplendor, muchas veces maquillada con goles fantásticos a balón parado. Pero no. En el futbol profesional actual la preparación física es imprescindible. Y solo a igualdad de la misma el talento desequilibra. Este le sobra a Ronaldinho, no hay duda. Y voluntad sobre el cesped de demostrarlo, también. Durante toda esta última temporada he visto al jugador con ganas de intentarlo. Sinceramente creo que él ha sufrido. Pero no basta con querer. Hace falta poder hacerlo y, para ello, es necesario un nivel de forma física que se perdió entre fiestas y sesiones de gimnasio... Tristemente la imagen de Ronaldinho languideció y, en los últimos tiempos, con las últimas esperanzas de títulos en juego, ni siquiera se le echó en falta. Triste final para una trayectoria que tanto prometió y que nos dió más de lo que nos llegamos a imaginar. Y llegó la hora del adiós del Gaucho, necesario para todos.
Ahora ya es una leyenda culé, un recuerdo que se transmitirá de generación en generación -aunque lo siento, los mitos en la época digital lo son menos, me quedo con las historias mil veces contadas de goles mitológicos de jugadores apenas atisbados en imagenes en blanco y negro-, cuya trascendencia irá creciendo conforme se sucedan los años estériles, sín títulos, sin Champions -ojalá me equivoque-. Y aquella sonrisa, aquel saludo inconfundible, aquellos malabarismos a toda velocidad, aquellos goles de falta, aquellos pases mirando a la tribuna, aquellos..., quedarán en la memoria colectiva del culé, en el imaginario de una afición con una inagotable capacidad de crear y devorar ídolos para, al final, conservar a la altura de los dioses deportivos a unos pocos. Y Ronaldinho está ya entre ellos.
Y muchos niños lloran hoy sin entender como su ídolo, aquel cuyo nombre lucían orgullosos en su camiseta Barça-Nike, es ahora carne de traspaso. Y esas lagrimas infantiles son la mejor prueba de lo que ha simbolizado Ronaldinho en la historia reciente del club. Muito obrigado, Ronnie!


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