sábado, 21 de agosto de 2010

PEP SE EQUIVOCA

Pasada la resaca mundialista e iniciada la temporada oficial con la disputa de la ida de la Supercopa, es hora de empezar a valorar el planteamiento del primer proyecto culé bajo el mandato Rosell.

La sensación que se transmite hasta la fecha es que falta sintonía entre Guardiola y la nueva directiva. Se ha dicho por activa y por pasiva que el nombramiento del director/secretario técnico iba a estar condicionada a la aceptación del mismo por Pep. Soberana muestra de incoherencia, por cierto. Si el mister decide marcharse a final de temporada, ¿se le permitirá al nuevo entrenador decidir el nombre de su superior jerárquico? En todo caso, tenemos a Zubizarreta, un personaje de perfil serio, con escaso protagonismo mediático y del que se afirma que siempre ha tenido ascendencia sobre Guardiola, ya desde la época en que ambos compartieron vestuario con Cruyff.

Pese a ello y aunque unos y otros lo nieguen, no puedo dejar de percibir un desencuentro latente entre la posición del club y la del cuerpo técnico. Y me temo que es consecuencia de dos casos: Chygrynskyi y Cesc.

En lo referente al ucraniano la directiva de Laporta accedió a satisfacer el capricho del míster a poco de iniciar la temporada anteriro, pagando un precio astronómico. El rendimiento del central en su primera temporada fue decepcionante y, lo que es peor, se instaló en el Camp Nou la duda permanente sobre su calidad. Más allá de la simpatía despertada por el entrañable personaje de Crackovia, poco positivo podía extraerse de la primera campaña como blaugrana de Dimitro. La llegada de Rosell exigía gestos enérgicos de distanciamiento en lo económico respecto al nuevo-riquismo de Laporta. Y se aprovechó la circunstancia para juntar la necesidad de pagar las nóminas de los empleados con la oferta del Shaktar para rescatar a Chygrynskyi. De un plumazo se ponía sobre la mesa el agujero económico que poco después ratificaría la auditoría de Deloitte, se aportaba una solución urgente y se prescindía de un jugador cuestionado por el culé y, por tanto, con nulo riesgo mediático. El único escollo: Guardiola. La reacción del entrenador fue la de aceptarlo, de forma sucinta, con respuestas escuetas, manifestando, no obstante, su convencimiento en que el jugador hubiese triunfado. O no, pero quien sabe...

A continuación se afrontó el fichaje de Cesc, ya tanteado por Laporta en su último y desesperado intento de voltear las encuestas preelectorales que vaticinaban el aplastante triunfo de su enemigo número 1. La nueva directiva asumió el reto de intentar satisfacer la petición de Guardiola, pero poniendo coto al despilfarro. En este caso se pretendía evitar incurrir en otro caso Ibrahimovic, en que se acabó pagando un sobreprecio escandaloso amén de regalar a Eto´o, jugador por cierto devaluado por obra y gracia de la falta de feeling expresada por Guardiola después de ser el ariete titular del Campeón de Europa y pichichi de la Liga. En esta tesitura, la sensación es que el Arsenal y más concretamente Wenger esperaban encabronados al Barça y al jugador y que la nueva directiva se fijó un tope para la contratación, sin demasiada voluntad de ir más allá. El resultado, conocido. El jugador frustrado, el Arsenal probablemente sorprendido que después de tanto ruido el Barça no apostase por el de Arenys y la directiva pensando en otras opciones. Pero, ¿y Pep?

La sensación es que tras la venta de Chygrynskyi y la renuncia al fichaje de Cesc, interpretados ambas operaciones por Guardiola en clave económica -cosa por otra parte bastante cierta-, simplemente se ha rebotado. Y está dispuesto a mantener un pulso con la directiva. Nunca a través de la prensa. Jamás a través de declaraciones. Siempre con su discurso impecable. El argumento de considerar que lo que ofrece la cantera es de altísimo nivel y que contamos con ejemplos en el corto plazo que lo ratifican es indiscutible. Pero no deja de ser falaz. En los dos últimos años Guardiola ha incorporado a dos canteranos al equipo. Busquets y Pedro. Pero la plantilla era más profunda -cada vez menos- y ambos jugadores fueron entrando poco a poco, con titulares indiscutibles por delante de ellos y, en ocasiones, con otras opciones como suplentes que partían con ventaja. Pep les fue dando cancha, sin prisa, de forma progresiva, lo que les hizo ir ganando confianza -a ellos y al exigente seguidor culé- y, con la pizca de suerte necesaria -sobre todo en el caso de Pedro, en forma de goles milagrosos-, permitirles la consolidación en el equipo.

Ahora la situación es distinta. Se pretende apostar por la cantera como única alternativa a las bajas de Touré, Marquez, Chygrynskyi y Henry, una vez frustrada la incorporación de Cesc. Las altas (Villa y Adriano) no cubren las mismas. Me parece un suicidio. No a corto plazo. El equipo capaz de batir records de puntuación en la Liga no dejará de ser competitivo. Pero el riesgo es que en determinadas posiciones -medio centro y defensa central- la escasez de recursos experimentados puede provocar que, en situaciones puntuales, de máxima exigencia, nos encontremos con chavales del B, sin experiencia, teniendo que asumir un rol excesivo. Ese que no tuvieron que asumir Busquets ni Pedro de entrada. Ni Messi, el hoy indiscutible mejor jugador del mundo, llegó y venció. ¿O no recuerda nadie la suplencia inicial y la alternancia posterior con Giuly antes de consolidarse en el primer equipo?

La sensación -feeling en el lenguaje guardiolano- es que Pep, molesto por lo que considera una falta de respeto a su trabajo, quien sabe si también influido por las malas relaciones preexistente entre su ayudante y Sandro, se ha empecinado en demostrarle a la directiva que si hacia falta vender a Chygrynskyi para pagar nóminas y no había suficiente dinero para traer a Cesc, él no quiere a nadie. Ni Ozil, ni Mascherano, ni medio-centros africanos ni nada. Si vosotros no me fichais -o me manteneis- a los que yo quiero pues yo rechazo a los que vosotros me ofreceis. Y nada más. Y nada menos.

Puedo entender la reacción humana de Guardiola. Pero se equivoca. Es cierto que los resultados no llegan, la gente empezará quejándose a la directiva. Pep tiene crédito -de momento- y Rosell y los suyos tienen a muchos esperándolos detrás de cada esquina. Las quejas, primero a Sandruscu. Y Guardiola se lavará las manos, diciendo que tuvo que asumir las penurias económicas del club, que tuvo que vender a un central y renunciar a Cesc, que es lo que hay... Pep proyectará la imagen de víctima de las circunstancias y ello redoblará las críticas contra el nuevo presidente, cuyos resultados deportivos resultarán, con toda seguridad, peores que los de su predecesor. No por jugar a oráculo, simplemente por insuperables.

El problema de todo ello es que el perjudicado acabará siendo el club. Empezarán las dudas alrededor del equipo, surgirán rumores sobre la implicación de algún jugador -ojo con Ibra- y ello, lo sabemos sobradamente, redundará en el rendimiento del conjunto. Como desde Madrid seguirán desentabilizando todo lo que puedan, una vez han incorporado a un terrorista a su banquillo -lo único que les faltaba tras los anodinos Juande y Pellegrini-, el panorama apunta a tormenta a la vista.

Y de fondo, la auténtica cuestión: Pep solo ha renovado por un año. Siendo así, ¿tiene legitimidad para vetar los fichajes que propone la directiva y/o el secretario técnico...?

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